Silence is not an option / El silencio no es una opción (eng-esp)

Hello, girls.
In Cuba, we have a saying: He who kills the cow is as guilty as he who ties its legs, as he who passed by, saw, and continued without saying anything.

That phrase says it all. Silence is not synonymous with neutrality. To remain silent in the face of injustice is to take the side of the aggressor. It is to make ourselves complicit.

Let's put ourselves in the victim's shoes. If we were the ones receiving the blow, the insult, or the harassment, wouldn't we want someone, anyone, to intervene?

Our desire for help in that hypothetical moment must translate into action when we witness it. We should always try to stop the unjust acts we see. This isn't heroism; it's basic humanity.

We must understand something clearly: an act of violence toward anyone, whoever they may be, is an injustice.

It doesn't matter if it's physical, verbal, or psychological. To tolerate it is to normalize it. And an act of injustice that we don't stop can be replicated against us tomorrow.

If we look the other way today, how ashamed will we be to ask for help when it's our turn? No one will help us, because we ourselves will have established the rule of silence.

I admit that sometimes it's scary. If we can't stop the act with our physical intervention, the bare minimum is to report it. Call the police, seek out an authority, record as evidence of the incident.
Do something.

And there's another responsibility that falls directly on us. If we are the victims and we remain silent, if we don't report it, with that attitude we are encouraging the aggressor to repeat his actions with other people in the future.

Our silence empowers injustice. It turns us, even if we don't want to see it, into accomplices in the next injustices he commits. Breaking that chain depends on not remaining silent. Neither as witnesses nor as victims.

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Versión en español

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Hola, chicas.
En Cuba tenemos un dicho: Tanta culpa tiene el que mata a la vaca, como el que le amarra las patas, como el que pasó, vio y siguió sin decir nada.

Esa frase lo dice todo. El silencio no es sinónimo de neutralidad. Callarnos ante una injusticia es tomar partido por el agresor. Es hacernos cómplices.

Pongámonos en el lugar de la víctima. Si nosotras fuéramos las que estamos recibiendo el golpe, el insulto o el acoso, ¿no querríamos que alguien, cualquiera, interviniera?

Nuestro deseo de ayuda en ese momento hipotético debe traducirse en acción cuando somos testigos. Siempre debemos tratar de detener los hechos injustos que veamos. No es heroísmo; es humanidad básica.

Hay que entender algo con claridad: un acto de violencia hacia cualquier persona, sea quien sea, es una injusticia.
No importa si es física, verbal o psicológica. Tolerarlo es normalizarlo. Y un acto de injusticia que no detengamos, puede replicarse mañana contra nosotros.

Si nosotros miramos para otro lado hoy, ¿con qué vergüenza podremos pedir ayuda cuando nos toque a nosotros? Nadie nos ayudará, porque nosotros mismos habremos establecido la regla del silencio.

Reconozco que a veces da miedo. Si no podemos detener el acto con nuestra intervención física, el mínimo indispensable es denunciarlo. Llamar a la policía, buscar a una autoridad, grabar como prueba del hecho.
Hacer algo.

Y hay otra responsabilidad que nos corresponde directamente. Si nosotras somos las víctimas y nos lo callamos, si no lo denunciamos, con esa actitud estamos propiciando que el agresor repita su acción con otras personas en el futuro.

Nuestro silencio empodera a la injusticia. Nos convierte, aunque no queramos verlo, en cómplices de las próximas injusticias que él cometa. Romper esa cadena depende de no callar. Ni como testigos, ni como víctimas.