Promoting ourselves is making ourselves known / Promovernos es darnos a conocer (eng-esp)

Hello, ladies!

My relationship with music has always been intimate, a sacred dialogue between my fingers and the strings, between silence and the vibration that fills it with meaning. For years, I believed that this purity was enough. That the work, on its own, should speak, shout, and find its way to the ears that needed it.
I hid behind false modesty, thinking that promoting my work, talking about my concerts, sharing my recordings, was a form of vanity, of sullying that pure dialogue with the mundane noise of the marketplace.
I thought and worried more about what others would think of me than about what I was and believed.

What a huge mistake, and how lonely!

Life has made me deconstruct that romantic and damaging idea. I've understood that a work that isn't promoted, that doesn't have a communication campaign, is like a tree that falls in the middle of the forest: it can be beautiful, perfect, the best of all.
But if it's not shared, it doesn't move, it doesn't transform: no one even knows it exists.

My music isn't just for me; it's a message that demands a recipient. And in a world saturated with stimuli, waiting for that recipient to find you by chance is an act of naiveté, almost irresponsible toward one's own work.
Settling for the loyal audience that comes to my regular performances in my city is not an option.

No artist should settle for that. Transcendence in history is achieved with the universality of art.

Learning to be my own spokesperson has not been an easy path. At first, every post felt like an ego trip, every message sent to a gallery or concert hall seemed like a breach of trust, a breach of trust.

I felt like I was bothering them.

Until one day, someone approached me after a recital (which almost didn't happen because I didn't know how to promote it well), with tears in their eyes, telling me that one of my pieces had reconciled them with a painful memory.
That's when I understood: my reluctance wasn't humility, it was selfishness. I was denying someone like her the chance to connect, to feel accompanied by a melody written precisely for that.

Promoting my work and promoting myself as an artist isn't narcissism. It's completing the art circuit.

It's building a bridge between the emotion I conceive in the privacy of my studio and the emotion it can awaken in a stranger. It's a strategy of honesty: believing that what I do deserves to be heard and having the courage to make it easy for anyone who might need it.

This guitar and I have something to say. And I'm no longer ashamed to raise my voice, in addition to my music, to ensure our message reaches as far and wide as possible. It's the final act of delivering the work.

We have to learn to use the tools and technologies at our disposal to bring our voice to all corners of the planet. Never settle, don't be afraid, and promote yourselves on social media and however you can.
There's no limit to that. Don't set it yourself.

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Versión en español

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Hola, chicas!

Mi relación con la música siempre ha sido íntima, un diálogo sagrado entre mis dedos y las cuerdas, entre el silencio y la vibración que lo llena de sentido. Durante años, creí que esa pureza era suficiente. Que la obra, por sí sola, debía hablar, gritar, y encontrar su camino hacia los oídos que la necesitaran.
Me escondía detrás de la falsa modestia, pensando que promover mi trabajo, hablar de mis conciertos, compartir mis grabaciones, era una forma de vanidad, de ensuciar ese diálogo puro con el ruido mundano del mercado.
Pensaba y me preocupaba más de lo que otros pensarían de mí, que en lo que era y creía.

¡Qué error tan grande, y qué solitario!

La vida me ha hecho deconstruir esa idea romántica y dañina. Entender que una obra a la que no se le promueva, no se le realice una campaña de comunicación, es como un árbol que cae en el medio del bosque: puede ser bella, perfecta, la mejor de todas.
Pero si no se comparte, no conmueve, no transforma: nadie se entera de que existe.

Mi música no es solo para mí; es un mensaje que exige un receptor. Y en un mundo saturado de estímulos, esperar a que ese receptor te encuentre por azar es un acto de ingenuidad, casi de irresponsabilidad con la propia obra.
Conformarme con el público fiel que llega a mis presentaciones habituales en mi ciudad, no es una opción.
Ningún artista debe conformarse con eso. La trascendencia en la historia, se logra con la universalidad del arte.

Aprender a ser mi propia altavoz no ha sido un camino fácil. Al principio, cada publicación me sabía a ego, cada mensaje enviado a una galería o sala de conciertos me parecía un atrevimiento, un abuso de confianza.
Sentía que molestaba.
Hasta que un día una persona se me acercó tras un recital (que casi no se realiza porque no supe promocionarlo bien), con lágrimas en los ojos, me dijo que una de mis piezas le había reconciliado con un recuerdo doloroso.
Ahí lo entendí: mi reticencia no era humildad, era egoísmo. Le estaba negando a alguien como ella la posibilidad de conectar, de sentirse acompañada por una melodía escrita precisamente para eso.

Promover mi trabajo y promoverme yo como artista no es narcisismo. Es completar el circuito del arte.
Es tender un puente entre la emoción que concibo en la intimidad de mi estudio, y la emoción que puede despertar en un desconocido. Es una estrategia de honestidad: creer que lo que hago merece ser escuchado y tener el coraje de ponérselo fácil a quien pueda necesitarlo.

Esta guitarra y yo tenemos algo que decir. Y ya no me avergüenza alzar la voz, además de la música, para asegurarme de que nuestro mensaje llegue tan lejos como sea posible. Es el acto final de entrega de la obra.

Tenemos que aprender a utilizar las herramientas y tecnologías a nuestro alcance para llevar nuestra voz a todos los confines del planeta. No se conformen nunca, no teman y promuévanse en las redes y como puedan.
No hay un límite para eso. No se lo pongas tú misma.