My young mind in a body that does not forget / Mi mente joven en un cuerpo que no olvida (eng-esp)

Hello, girls!

I'm not yet forty, but inside me resides the same energy and personality I had in my twenties. My mind is a torrent of ideas, bold projects, and that tireless curiosity that knows no bounds.

I look inside and see the same spark, the same desire to take on the world, to laugh out loud, to play, and do crazy things. I still believe anything is possible. I think, dream, and feel with the intensity of a woman just starting out.
And I say I feel like I'm 20, so I don't think I'm a teenager.

However, my body, wise and stubborn, takes it upon itself to remind me of its own chronology. It's not that I'm old, not at all. It's that I'm not a little girl anymore. A day of hard work pays off the next day with back pain or discomfort. Running after the cat or trying to escape a sudden downpour leaves me breathless in seconds, something I didn't even notice before.

They're little reminders, muscular whispers that tell me: Take it easy, you're not twenty anymore.

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At first, I fought it; it frustrated me. I wanted to force my body to keep up with the frenetic pace of my mind. But I've learned that it's not about giving up, but about listening. The solution isn't in denying the evidence, but in allying myself with my physicality. I've understood that it's necessary to exercise it, but not with the brutality of someone who believes they have eternal youth, but with the intelligence of someone who cares for it so that it lasts.

Exercise is what asks me to be strengthened.

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Now I know that I have to choose activities that respect my limits without giving up on the challenge: yoga, Tai Chi, swimming, long walks. It's not about stopping doing things, but about doing them consciously.
It's an act of self-love to accept that my body needs a different kind of care. Strengthening it means giving it tools so it can keep pace with my increasingly youthful mind, so that it doesn't have to be held back by unnecessary fatigue.

In the end, it's the perfect balance: the vitality of my twenty-year-old mind gives my body purpose, and my body, well cared for, becomes the strong and reliable vehicle that allows me to continue dreaming and creating without limits. One cannot go without the other.

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Hola, chicas!

Todavía no cumplo los cuarenta, pero en mi interior habita la energía y persona que en mis veinte. Mi mente es un torrente de ideas, de proyectos audaces, de esa curiosidad incansable que no entiende de límites.
Me miro por dentro y me veo con la misma chispa, con las mismas ganas de comerme el mundo, de reír a carcajadas, de jugar y hacer locuras. Aún creo que todo es posible. Pienso, sueño y siento con la intensidad de una mujer que apenas comienza.
Y digo que siento tener 20 años, para no creerme una adolescente.

imagen generada en Canva

Sin embargo, mi cuerpo, sabio y terco, se encarga de recordarme su propia cronología. No es que esté vieja, para nada. Es que ya no soy una niña. Un día de mucho esfuerzo se paga al siguiente con un dolor o molestia en la espalda. Correr tras el gato o para escapar de la lluvia sorpresiva, me deja sin aliento en segundos, algo que antes ni notaba.
Son pequeños recordatorios, susurros musculares que me dicen: Dale suave y con calma que ya no tienes veinte.

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Al principio luchaba contra eso, me frustraba. Quería forzar a mi cuerpo a seguir el ritmo frenético de mi mente. Pero he aprendido que no se trata de rendirse, sino de escuchar. La solución no está en negar la evidencia, sino en aliarme con mi físico. He comprendido que es necesario ejercitarlo, pero no con la brutalidad de quien cree tener una juventud eterna, sino con la inteligencia de quien lo cuida para que dure.
Es ejercitar lo que me pide ser fortalecido.

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Ahora sé que tengo que elegir actividades que respeten mis límites sin renunciar al desafío: yoga, Tai Chi, natación, caminatas largas. No se trata de dejar de hacer, sino de hacerlo de forma consciente.
Es un acto de amor propio aceptar que mi cuerpo necesita otro tipo de cuidado. Fortalecerlo es darle herramientas para que pueda seguir al ritmo de mi mente cada vez más joven, para que esta no tenga que verse frenada por un cansancio innecesario.

Al final, es el equilibrio perfecto: la vitalidad de mi mente de veinte años le da propósito a mi cuerpo, y mi cuerpo, bien cuidado, se convierte en el vehículo fuerte y confiable que me permite seguir soñando y creando sin límites. Una no puede ir sin la otra.