The Thief Who Learned The Secrets Of Martial Arts (EN-ES)

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A long time ago, in the land of the rising sun, where the sea intertwined with the wind, a boy named Yoru lay abandoned in the village of Okinawa. The poor young man had lived as a vagabond, giving his all to survive on the scraps others discarded. He was abandoned when he learned to walk, and the villagers grew tired of being generous to him when he turned 7 years old.

Yoru was scorned as a vile thief, which bred resentment in him; hatred took over his heart, channeling his misfortune onto those around him. Desperation fueled a rage within him that grew like a flame.

One night, he entered the property of Master Wado, the martial arts expert of the region. His dojo was adorned with treasures, so Yoru, very impetuous, slipped into the place to take the riches.

In the midst of the looting, he entered a room filled with trophies that shimmered under the moonlight, and at that moment, he was caught by the venerable old man.

Yoru was easily subdued; fear was reflected in his eyes as he dreaded the consequences of his actions.

But Master Wado saw that Yoru was not a thief but a very vulnerable lost child. He released the boy and offered him a second chance:

—Child, tonight your crimes will be forgotten if you accept to become my disciple —he said in a serene voice.

Humbled and grateful for this act of mercy, Yoru accepted, bowing his head until it touched the ground.

—I’m sorry, I regret it so much —and he begged forgiveness for stealing the treasures.

Months passed, and Yoru worked hard to learn karate to honor Master Wado's generosity. His dedication and effort made the dojo his home.

As his passion for karate flourished, so did his desire to be recognized as a martial artist. His technique developed to stand out, but among his karate peers, there was someone he saw as his rival: Wataru, the grandson of Master Wado.

His companion had unmatched skills, so exceptional that no matter the time or place, whenever they fought, Yoru was defeated with utmost ease.

Yoru felt trapped on a mountain he could never climb, the final step towards greatness always out of his reach.

Tasting defeat over and over hurt his self-esteem; Yoru trained for years in the dojo with the goal of surpassing Wataru and proclaiming himself the best fighter.

But no matter how hard he tried, he could not match his rival's strength; he was always engaged in a battle he could not win.

His frustration was a flame that consumed his heart. Master Wado was very proud of Wataru; Yoru knew he was his preferred pupil, which made him hate him.

Each defeat against Wataru reminded Yoru of his bitter past: always relegated, always despised. Master Wado looked at him with pride, but for Yoru, it was disdain.

The old age of Master Wado became more evident; he grew slower and weaker. At night, he wrote down his knowledge of karate on scrolls that he would bequeath to his grandson once he could no longer get out of bed.

One night, unable to contain his anger, Yoru interrupted the great Master Wado while he was inscribing his teachings on a scroll.

—Master! Why does Wataru have special treatment?! It’s not fair! It’s because he’s your grandson, right?! It’s not fair! I work harder than him; I should be the best —he exclaimed angrily.

Indignation welled up in him like a raging fire. Yoru yelled at his venerable master, demanding answers.

—Be quiet! You insolent child, I will not allow you to disrespect me. You are foolish; after all I have done for you, you are a disappointment as a student, and you do not have what it takes to be here, so get out of my dojo right now.

Master Wado scolded the boy for his indolence, ordering him to leave the dojo immediately. This caused the emptiness in Yoru's heart to deepen.

Suddenly, he recalled his bitter childhood with a weight on his heart; upon turning 7 years old, he was relegated and despised by those he trusted. And it was happening again...

—If you are no longer my master… Then fight me!

Brazen and indignant, Yoru challenged his master to a fight.

—Foolish child! You have lost your mind. —he said furiously.

He refused, but Yoru's irrationality led him to attack without warning. He ambushed him, using the skills he had been taught against him mercilessly.

He struck fiercely. Master Wado was not in good condition, and as he endured punches and kicks, he lost the strength to continue fighting. After a strong blow to the chest, he collapsed to the ground.

From the effect of his own fury, Yoru stopped, horrified, looking at his hands turned into the weapons of a murderer. A betrayal without mercy driven by rage.

The commotion of the fight resonated outside the dojo. Wataru came running to see the scene of the crime. Upon seeing Yoru and his grandfather lying on the ground...

—What have you done?! —he shouted at Yoru.

In that instant, Yoru knew he had crossed the point of no return. Afraid and filled with remorse, he took the scrolls containing the master's legacy and fled, like the vile thief he used to be.

He ran into the forest to lose himself in the darkness of the night; before leaving forever, he heard Wataru's words in the distance:

—Yoru, I will never forgive you! —he shouted as he was consumed by the fire of revenge.

That promise laden with resentment became an echo that would always haunt him, a reminder that hatred only breeds more hatred and that in the pursuit of power leads to destruction.

Original version in Spanish

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Imagen realizada en Artguru

Hace mucho tiempo, en la tierra del sol naciente, en donde el mar se entrelazaba con el viento, un niño llamado Yoru yacía abandonado en la aldea de Okinawa. El pobre joven ha vivido como un vagabundo que da todo de si para sobrevivir de las migajas que otros desechaban. Fue abandonado cuando aprendió a caminar y los aldeanos se hartaron de ser generosos con él cuando cumplió los 7 años de edad.

Yoru fue repudiado como un vil ladrón y eso le genero resentimiento, el odio se apodero de su corazón, canalizo su desgracia en las personas de su alrededor. La desesperación alimentaba en él una rabia que crecía como una flama.

Una noche, se adentro en la propiedad del maestro Wado, el experto en artes marciales de la región. Su dojo disponía de riquezas que adornaban los alrededores, así que Yoru, muy impetuoso se adentro en el lugar para tomar los tesoros.

En medio del saqueo, ingreso en un salón repleto de trofeos que relucían bajo la luz de la luna, en ese momento fue sorprendido por el venerable anciano.

Yoru fue sometido con mucha facilidad, con el miedo reflejado en sus ojos, temió por las consecuencias de sus actos.

Pero el maestro Wado vio que Yoru no era un ladrón, sino a un niño perdido muy vulnerable. Soltó al muchacho, le ofreció una segunda oportunidad:

—Niño, esta noche tus crímenes quedaran el olvido si aceptas convertirte en mi discípulo —dijo con voz serena.

Humillado y agradecido por ese gesto de piedad, Yoru aceptó, agachando la cabeza hasta tocar el suelo.

—Perdón, lo lamento tanto. — y pidió perdón por hurtar los tesoros.

Los meses pasaron, Yoru se empeño en aprender karate para honrar la generosidad del maestro Wado. Su dedicación y esfuerzo hicieron del dojo su hogar.

A medida que su pasión por el karate florecía, también lo hacía su anhelo de ser reconocido como artista marcial. Su técnica se fue desarrollando hasta destacarse, pero entré sus compañeros de karate, había alguien a quien veía como su rival. Wataru, el nieto del maestro Wado.

Su compañero tenia habilidades inigualables, tan excepcional que sin importar el momento o el lugar, siempre que entablaban un combate, Yoru era derrotado con suma facilidad.

Yoru se sentía atrapado en una montaña que jamás podría escalar, el último peldaño hacia la grandeza siempre fuera de su alcance.

Probar la derrota una y otra vez hirió su autoestima, Yoru entrenó por años en el dojo con la meta de superar a Wataru y proclamarse como el mejor peleador.

Pero por más que lo intentara, no conseguía igualar la fuerza de su rival, siempre participaba en una batalla que no podía ganar.

Su frustración era una flama que consumía su corazón. El maestro Wado estaba muy orgulloso de Wataru, Yoru sabía que era su aprendiz preferido, eso lo hizo odiarlo.

Cada derrota ante Wataru recordaba a Yoru su amargo pasado: siempre relegado, siempre despreciado. El maestro Wado lo miraba con orgullo, pero para Yoru, era desdén.

La vejez del maestro Wado se hacía más evidente, se hacía más lento y débil. Por las noches escribía sus conocimientos sobre en la karate en unos pergaminos que les iba a heredar a su nieto una vez que ya no sea capaz de levantarse de la cama.

Una noche, incapaz de contener su ira, Yoru interrumpió al gran maestro Wado mientras este plasmaba sus enseñanzas en un pergamino.

—¡Maestro! ¡¿Porque Wataru tiene un trato especial?! ¡No es justo! Es porque es su nieto ¡¿Verdad?! No es justo! Yo me esfuerzo más que él, yo debería ser el mejor — exclamo muy enojado.

La indignación brotó en él como un fuego voraz. Yoru Le gritó a su venerable maestro exigiendo respuestas.

—¡A callar! Niño insolente, no permitiré que me faltes al respeto. Eres un necio, después de todo lo que he hecho por ti, eres una decepción como aprendiz, no tienes lo que se necesita para estar aquí, así que lárgate ya mismo de mi dojo.

El maestro Wado regaño al muchacho por su indolencia, le ordenó abandonar el dojo de inmediato.Eso provoco que el vacío se profundizara en el corazón de Yoru.

De pronto recordó su amarga niñez con un peso en su corazón, al cumplir 7 años de edad fue relegado y despreciado por quienes confiaba. Y estaba sucediendo lo mismo otra vez...

—Si usted ya no es mi maestro... ¡Entonces peleé conmigo!

Osado e indignado, Yoru reto a su maestro a un combate.

—¡Niño tonto! Has perdido la razón. —dijo furioso.

Este se negó, pero la irracionalidad de Yoru lo llevó a atacar sin previo aviso. Lo ataco a traición, uso las habilidades que se le habían inculcado en su contra sin piedad alguna.

Lo golpeó con fiereza. El maestro Wado no estaba en condiciones, mientras recibía los golpes y las patadas, perdió las fuerzas para seguir combatiendo. Tras un fuerte golpe en el pecho, sucumbió en el suelo.

Efecto de su propia furia, Yoru se detuvo horrorizado, observando sus manos convertidas en armas de un homicida. Una Traición sin misericordia impulsado por la ira.

El estruendo del combate resonó hasta el exterior del dojo. Wataru llegó corriendo, se apareció para ver la escena del crimen. Al ver a Yoru y a su abuelo tirado en el suelo.

—¡¿Pero qué has hecho?! —le grito a Yoru.

En ese instante, Yoru supo que había cruzado la línea de no retorno. Asustado y lleno de remordimientos, tomó los pergaminos que contenían el legado del maestro y huyó, como el vil ladrón que solía ser.

Huyo hacia el bosque para perderse en la oscuridad de la noche, antes de largarse para siempre, escucho a lo lejos las palabras de Wataru:

—¡Yoru, Nunca te lo perdonaré! —Grito mientras era consumido por el fuego de la venganza.

Esa promesa cargada de resentimiento se convirtió en un eco que lo perseguiría siempre, el recordatorio de que el odio solo engendra más odio, y que en la búsqueda del poder conduce a la destrucción.

_{Translation by deepl.com}

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