📗 Las nubes, la guerra, la marcha y la sumisión|||𝐍𝐚𝐫𝐫𝐚𝐭𝐢𝐯𝐚 𝐝𝐞 𝐌𝐚𝐫𝐚𝐛𝐮𝐳𝐚𝐥 [Solo En Español]

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Llega un punto en la vida de las personas, en que el precio de las cosas suele convertirse en tema engañoso, máxime cuando se trata de sentimientos, anhelos o tiempos idos que a pesar de las constantes señales de la realidad, nos empeñamos en atrapar en suerte de recuerdos. A veces tan lejanos que el tiempo los va borrando, y en su lugar brotan olvidos y placeres, que aguardan, sin otra razón que acompañar un tramo del camino.
No existe claridad sobre el precio de las cosas que suceden. Cada quien asume con hastío o indiferencia. Pero la indiferencia tiene sus costos. A veces se cree escapar de tales pagos, pero en alguna zona del cerebro una alarma queda, algo avisa de tanto en tanto e instala a hombres y mujeres desclasados en las puertas de la realidad o de la nada. Y la nada, contracción letal que los sacude, les ofrece un rumbo posible que los ayuda a saber por dónde va la cosa.
Para algunos, a veces resulta favorable adivinar por dónde va la cosa, aunque rara vez se detienen a cuestionar la cosa en sí, si es real o posibilidad, pero no importa, cuando creen saber que la cosa va, se sienten plenos, una rara inquietud los anima, y el estado de certidumbre llena sus vidas.
Sólo la muerte es capaz de remover tal referente. La muerte cambia de ambiente radical la transitoria felicidad en que se vuelven sus vidas. Los sucesos que le acompañan, la mayoría de las veces son, definitivos, lacerantes y no hay escapatoria. La nube es la nube y está en el cielo. Algunos dicen, allá arriba, otros dicen, la nube en el cielo y miran hacia lo que creen es arriba. Pero aun cuando la nube es la nube y el cielo la sostiene, o un montón de nubes, visibles o no, sostienen al cielo, hay un momento en que esa nube desaparece y queda el franco estupor, el vértigo y la perplejidad de perecer ante lo desconocido y agobiante.
Nadie piensa en la muerte de la nube porque esa muerte, esa invisibilidad inmaterial, no suele ser importante, ni siquiera para quienes han vencido seis años en la universidad, dizque para estudiarlas mejor. En alguna azotea una mujer hermosa hace anotaciones en la libreta escolar diaria en que intenta seguirle las pistas a las nubes. Quién sabe si no es tan hermosa. Da igual. Pero una mujer. Las nubes son únicas, irrepetibles. Entonces los universitarios se inventan el cuento del grupo de nubes y dicen estudiarlas. Se titulan desarrollando investigaciones profundísimas y aplicables.
Pero, qué es una profunda investigación si no un lugar común en deberes universitarios, en asuntos periodísticos o en volúmenes indigeribles.
La muerte de la nube no interesa. La muerte de una persona un poco más. Pero ni tanto. Aunque suele alterar por un tiempo limitado y escaso, el ritmo de los días. Ahora hay unas maneras de disimularlo, un tanto raras.
Napoleón ordenaba a los batallones marchar sable en mano hacia la muerte, los cañones hacían lo suyo y era la guerra y la muerte anunciada. No había trucos. Cabezas cayendo, brazos astillados, olor a pólvora, lodo ensangrentado, gritos. Era la guerra y la muerte. Sin trucos, sin turbulencias personales. Hitler ordenaba a los soldados marchar y las primeras escuadras caían al precipicio, con las piernas alzadas, marchando, siguiendo el mandato del jefe supremo, era el entrenamiento, gruesas gotas de sudor empujando hacia la muerte. La sorpresa, si acaso, se daba al conocer qué batallón marcharía al día siguiente, luego las cosas se ajustaban al orden establecido por el líder o a sus caprichos.
El miedo empujaba a la muerte, pero no el miedo a la muerte en sí sino el miedo tenaz a no cumplir la orden y ser castigado por el supremo. Una especie de pacto obligaba a los soldados a marchar en el viento, abordar el precipicio y sentir placer en la orden cumplida. Tampoco había sorpresas, a no ser el férreo descubrimiento de la muerte. Máximo Gómez, el dominicano, respiraba en la nuca de sus soldados harapientos, ocultos en el amplio follaje. Soldados que por primera vez conocerían a la muerte, sacarían a la muerte de sus machetes por estrenar. Era la guerra y el pavor. Sin trucos.
Los fieles seguían a Cristo. A marcha lenta pero firme. La cámara seguía al hijo de los hombres y a sus fieles por arenas desérticas, vestían túnica blanca, llevaban un ideal y un morral de vaguedades y desaciertos. La cámara, provocando brillo a contra luz, protegida bajo un poderoso paraguas que un dictador mandara colocar. Todos los directores de cine tienen vocación de dictadores, plantean estrategias como si se tratara de armar un país, aplastan, avasallan, ordenan, despiden, empujan, gritan, golpean si es necesario en aras de su obra, es lo que importa, lo esencial. La cámara una y otra vez encendiendo el bombillo rojo bajo el toldo. Cristo avanzando, la túnica cambiando de color a mitad del polvo.
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Y si que no existe claridad sobre el precio de la cosas que suceden, tu narrativa es certera y profética. Gracias por compartirla
🤍💜
Te agradezco mucho esa mirada de cariño 🌻❤️🫂
¡Hola!
Si no te vote, es porque quede algo corto de HP, y no porque me perdiera en tus hilos de pensamiento. No digo que estén enredados, solo que perdí la hebra en algún lugar del tejido. Termino el comentario y vuelvo a la lectura. Quiero entender tu visión del director dictador y el cristo protagonista, marioneta o redentor pendiente de los hilos del gran titiritero.
Éxito y hasta la próxima.
Eres muy amable, muchas gracias por tu entrada y que tengas buen provecho en la lectura.
🫂
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Me gustó mucho tu texto, amigo @marabuzal. Lo asumí con una suerte de ensayo (con cierta tendencia narrativa, lo que es propio del ensayo originario —el de Montaigne). No me quedó claro si es parte de un trabajo más extenso. Saludos.
Estimado, profesor @josemalavem, su observación es muy atinada y me reconforta mucho. Efectivamente, el texto no es un ensayo autónomo, sino un fragmento de una novela en desarrollo. Me complace enormemente que haya percibido esa densidad y ese tono narrativo-ensayístico, ya que es precisamente lo que pretendía lograr.
Un cordial saludo y muchas gracias por su lectura, siempre tan aguda.
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