El sonido entremezclado de carne siendo mutilada, huesos rompiéndose y el quejido de dolor de los demonios generaba una cacofonía espeluznante en aquella caverna que parecía una extensión del infierno echando raíces en el mundo de los mortales. La oscuridad de la caverna era interrumpida por la luz que emitía el orbe mágico que llevaba Corazón de Roble, quien corriendo se abría paso a través de las hordas de demonios a fuerza de espada. Era una escena increíble, una delicada y hermosa doncella desmembrando los cuerpos de demonios que le sacaban 2 y hasta 3 veces su tamaño; algunos demonios se lanzaban contra ella simplemente para encontrarse con una muerte brutal y agónica, otros huían despavoridos. Era, sin duda, un verdadero ángel de la muerte.

La espada que blandía no era un objeto maldito; Corazón de Roble era de las pocas Marcadas con un arma sagrada. Era un spathion bizantina, una espada larga y fina, imbuida con el poder de la luz que con solo un ligero azote, era capaz de generar una onda de choque capaz de cortar el aire. Con semejante herramienta, la doncella de la muerte avanzaba con una velocidad demoníaca; mientras se abría paso, de sus ojos brotaban lágrimas, lágrimas de ira porque recordaba, recordaba la discusión que tuvo con su mentor:

— ¡Ella está ahí! ¡A solo un círculo! Gritaba Corazón de Roble señalando las profundidades de un bosque oscuro.

— No estás preparada para enfrentar horrores del 7mo círculo infernal. Si está escrito en el destino que ajusticies al demonio que se llevó a tu familia, primero debes prepararte. Inquirió Reinhart ante la impulsividad de su aprendiz.

— ¡Quiero tomar venganza ya! Replicó ella.
Reinhart respiró profundo y le dijo: —Si bajas allí sucumbirás a la locura y te perderás…

Esas fueron las últimas palabras que escucho de su mentor, ahora se encontraba en una situación que la llevó más allá del 7mo círculo y ahora avanzaba en una oscura caverna, alejada de la luz y combatiendo demonios del 8vo círculo infernal. Pero después de obliterar al último demonio que vio, un gran súcubo se levantó tras una espesa niebla oscura. Al verla la reconoció inmediatamente, la exuberante mujer de cuernos y alas que asesinó a su familia, llena de ira levantó su espada pero el demonio reaccionó inmediatamente evocando 2 palabras:

— ¡De rodillas!

Una fuerza invisible arrojó a Corazón de Roble al suelo, apenas podía mantenerse de rodillas, mientras que moverse era casi imposible, a duras penas pudo levantar el rostro, sus grandes ojos negros desafiantes miraban fijamente al demonio. El súcubo la vio con lastima pero pronto esa mirada se convirtió en ira al ver como sus esbirros fueron abiertos en canal. Con desprecio le dijo:

— Acabaste con mis esclavos, pero no creas que la muerte es lo peor que te puede pasar.

Con una mirada sádica el demonio sacó de su sinuoso cuerpo un yatagán con extrañas inscripciones en su hoja que ningún mortal jamás había visto, claramente era un objeto ceremonial. Corazón de Roble entendía la terrible situación en la que se encontraba, al borde de la locura el demonio doblegó su voluntad y ahora se preparaba para poseerla y caminar entre los mortales para llevar la muerte. El demonio se acercaba lentamente, levantando el yatagán, ella se mantenía desafiante, apretando los dientes, sus ojos inyectado de furia solo podían ver lo inevitable. Y entonces, como si fuera un relámpago que ilumina las tinieblas, un caballero de armadura se levantaba de aquellas tinieblas empuñando su espada, se abalanzó sobre el demonio cercenando su cabeza de un tajo limpio.

La fuerza que mantenía paralizada a la Marcada desapareció, derrumbándose por un momento, el cuerpo sinuoso del demonio dio un par de pasos torpes antes de desplomarse. Al reponerse, Corazón de Roble vio aquel caballero que la había salvado de un destino peor que la muerte, tenía una cota de placas gótica, muy antigua y oxidada, cuando el caballero se retiró el yelmo lo reconoció, era su mentor, nunca lo había visto así pues llevaba siempre una larga túnica al que llamaba sudario del anochecer. Pero ahora lo entendía todo, su mentor era el Marcado de la Armadura Oxidada, aquel al que los demonios llamaban El Estrago.

Ella lo vio con esos grandes y expresivos ojos negros, esperando la reprimenda y el clásico sermón, pero al ver sus ojos descubrió en su mirada la de alguien que verdaderamente se preocupaba por ella, entonces decidió romper el silencio del momento, revelándole su nombre real pues en el tiempo que estuvieron juntos ella jamás se lo dijo.

—Mi nombre es Alice.